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jueves, 3 de noviembre de 2016

El pasado oscuro de Don Limpio

Bienvenidos una vez más a mi demencia. Comparto con el ciber(infra)mundo un relato que escribí hace bastante tiempo para No! Fanzine, para compensar la falta de paranoias literarias que cago últimamente. 

EL PASADO OSCURO DE DON LIMPIO


Me entretengo contemplando mí demacrado cuerpo en el espejo, mientras espero a que vengan mis nietos a la cena por mis cumpleaños. ¡Quién lo diría! Cincuenta putos años que pasan volando… A pesar de que conseguí hacerme con el estrellato televisivo nacional como rey de la limpieza hogareña, he sido joven como todos y tengo un pasado oscuro que revelar. Mi nombre es Torcuato Policarpo Paniagua Barrinagarrementeria, aunque soy bastante más conocido como Don Limpio, o como el puto calvo friegasuelos de los cojones. 

Lo que nadie sabe es que yo en mis años mozos fui el azote de las calles, un jodido monstruo que lo reventaba todo a su paso. Cómo añoro esos tiempos en los que era calvo por mi propia elección, no por la maldita alopecia. Era un skinhead de los duros chaval, no te habría gustado cruzarte conmigo. He llegado a reventar a cinco tíos a la vez sin soltar mi whixky “on the rocks”. He hecho brotar más sangre que cualquier matasano de hoy en día. Sin bisturís, sin artilugios. Solo mis puños en tu cara de adefesio. Con eso era más que suficiente. 

Nací, como muchos otros coetáneos míos, en una familia pobre y problemática. Mi padre era un amago de asesino en serie que no tenía la suficiente maldad ni para ser un afiliado del Partido Popular. Se mostraba poderoso ante nosotros, invencible, jactándose de ser un hombre hecho y derecho. Pero no era más que un saco de lleno de desperdicios que pocas veces podía mantenerse en pie. Esas contadas ocasiones las invertía zurrándonos con diversos utensilios y herramientas o quemándonos la cara con cigarrillos encendidos. Esa es la razón por la que se me ha quedado esta cara de tontaina-bastardo pajillero y con problemas de estreñimiento. El día que le planté cara vi como su sonrisa se extinguía para siempre. Le metí tal tunda que se tuvo que quedar en la cama un par de meses. Yo no tendría más de doce años. Menudo percal, casi me lo cargo. Nunca sentí remordimiento alguno, era algo que tenía que hacer. Falleció a los dos años sin ninguna razón aparente, totalmente deprimido y sin ganas de vivir. Este hecho me marcó para siempre. Degusté mi primera victoria, hice verter sangre de alguien a quien odiaba. Me dio cojones para salir a nuestro infecto y despiadado mundo. 

Mi madre, en cambio, era fiel y trabajadora, pero el tener que llevar una familia a rastras consume a cualquiera. Sobre todo si tienes que cargar con el enorme peso de un despojo alcohólico y cinco bastardos sin cerebro que iban por el mismo tormentoso camino. Se escapó de casa. Un día fue a trabajar y no volvió. A saber cómo acabaría. Las posibilidades son infinitas: desde acabar tirada en una cuneta hasta terminar liada con un pajarraco con más dinero que sentido común, pasando por politoxicómana o concejala. Da lo mismo. La cosa es que nos dejó solos, a merced de nuestra puta suerte. 

Tuve que hacerme cargo de mis hermanos. Obligado a patearme las calles, buscar en las basuras, robar y patear a niños pijos con dinero. Me junté con los inadaptados, los que supuestamente debía mantenerlos alejados de mí y me aceptaron como uno más. Me enseñaron valores, no se pegaba a cualquiera. A los nazis, racistas, acosadores, hippys, degeneraos, a los que se pasaban con el pimple… Y a los domingueros con dinero, pero solo por una cuestión puramente económica. No sabes lo que cuesta montarse una buena juerga. Solo con las cervezas gastábamos más que la Casa Real. 

El día que estrené mis botas con punta de acero en los dientes de un cara nalga con granos y verrugas fue uno de los mejores de mi vida. A partir de ahí es donde empezó mi declive. Me convertí en una bestia que solo se amansaba con sangre. Hice Caminos de Santiago peregrinando por cada sede de cerdos bellotos, enseñándoles la gracia de Dios con mis hostias bendecidas personalmente. He destrozado, reventado, machacado, pateado, desgarrado y pulverizado tantos miembros y órganos que si los apilara todos darían la vuelta al mundo. 

Muchos se preguntarán como un tío tan violento acaba siendo el Don Limpio de la tele. Es algo lógico y natural. He tenido que limpiar tanta sangre de mi ropa o del suelo de mi casa que tuve que inventarme un friegasuelos milagroso. Es solo para pagarme las facturas. Si las palizas cotizaran no tendría que pensar nunca más en el dinero pero la vida es así.

La mejor parte de mi vida ya se ha escapado para no volver y lo único que me queda es disfrutar de estos recuerdos placenteros hasta que lentamente me vaya quedando sin vida. Un segundo antes de morir me empaparé mentalmente con toda esa sangre y moriré feliz sabiendo que he cumplido mi misión: ¡reventar todo y a todos!